¿Cómo y quién eres cuando pierdes?
Hoy voy a hablar de las derrotas y cómo las afrontamos. Será un escrito sencillo y con él busco que pongamos la seducción en la perspectiva de la vida misma y a las mujeres como maestras de una dura lección que muchas veces deberemos vivir en nuestra existencia.
Y hablo de los rechazos y de las derrotas que percibimos cuando estamos «detrás» de una mujer. Y quiero que observes muy bien la palabra que he usado, porque es muy frecuente que visualmente nos imaginemos que la mujer va delante nuestro y que nosotros estamos atrás, como siguiéndola y a veces persiguiéndola. Si te has hecho la imagen en tu mente de lo que te estoy hablando podrás ver que quizá es como muchos seducen a una mujer: como si le estuvieran rogando a esa persona que les prestara atención, como esas molestas personas que desean vendernos algo en la calle y a quienes les evitamos.
Cuando pienses en seducir a una mujer no pienses en una relación asimétrica, donde estás atrás de ella, o que ella es más grande en proporción a ti. A veces cuando pido que las personas simbolicen la seducción ubican a esa mujer en su mente como más grande, de mayor tamaño y ellos son más pequeños. En lugar de ello piensa en la seducción como un proceso en el cual caminas lado a lado con ella y vas disminuyendo cada vez más la distancia, pero ubicado en la misma línea con la mujer.
La visión, la imagen mental que tienes del proceso de la seducción es clave en el procesamiento que haces de una derrota, o de un rechazo e influye la la rapidez cómo a partir de un rechazo o serie de rechazos emprendes nuevamente el abordaje de una mujer. Me explicaré.
La forma en que enfrentas el rechazo con una relación de pareja no es muy diferente a la forma en que enfrentas el fracaso en tu vida en general. Una vez más el responsable de eso no son las mujeres, sino es el hombre en el espejo. Es decir tú mismo. Cuando inicié el camino de la seducción recuerdo que una de las palabras que más llamó mi atención, fue la palabra “juego”, y era ver el proceso de seducción, de conquista o cortejo, como quieras llamarlo, como una simulación, como cuando juegas algo en tu consola y pierdes una vida, luego le das nuevamente “start” y comienzas otra vez.
Cuando leí eso dije, “claro, es tan sencillo como pensar que es una simulación o algo como realidad virtual y simplemente seguir adelante”. Pues bien, no fue tan fácil. Seguía sintiéndome profundamente herido cuando una mujer me rechazaba, me deprimía, sentía que había algo tremendamente mal conmigo, me sentía un fenómeno, una rareza, casi un monstruo. Y claro, cuando se acumulaban sucesivamente los rechazos sentía que yo mismo era alguien muy incorrecto. De hecho, recorría el camino hacía las mujeres pensando en que de entrada me iban a rechazar, y cuando alguna que otra me aceptaba incluso llegaba a pensar “vaya si está loca” o “qué tendrá esta de mal que me aceptó”. Imagínate el nivel en el que estaba por aquellos años.
Entonces pensar que era un juego aún seguía hiriéndome. Y la pregunta era por qué. Descubrí algo curioso y es que mi relación con los juegos no es tan sencilla. Cuando tuve mis primeras consolas, tendría unos 11 o 12 años, recuerdo llorar de rabia cuando perdía, es más recuerdo que mi madre se preocupaba por el nivel de estrés que manejaba al perder las tres vidas de Contra o de Super Mario Bros. En aquella época no sabía que eso se debía a un rasgo de carácter y la tremenda competitividad que me caracterizaba, y en un rato profundizaré sobre ello.
También recuerdo que en los deportes cuando perdía tenía una relación de rabia, odio y un deseo profundo de revancha. En conclusión descubrí que aunque los juegos no significaban nada, no estaba jugando por ganar la Copa del Mundo o por un premio millonario, había algo en mí que se activaba al perder. Y la verdad era algo negativo, no podía superar fácilmente la derrota, y la forma de procesarla era a través de lo que llamo una “tristeza rabiosa”.
La vida real y los juegos eran algo demasiado serio para mí. Quizá allí estaba mi problema, pensaba por aquella época que cuando perdía era porque era “malo” en algo, o porque “no era lo suficientemente bueno” en eso. Y esa reflexión tocaba la parte más sagrada de mí, mi concepto de “yo soy”, mi identidad. Claro está eso no estaba claro para mí hasta cuando empecé a trabajar en los rechazos y derrotas con las mujeres, allí fue cuando conecté los puntos y llegué a la conclusión de inicio: no son sólo las derrotas con las mujeres, son las derrotas en general. Soy yo frente al espejo.
Tomarme la vida y el juego demasiado en serio, era un rasgo de mi carácter, tomarme a mí demasiado en serio. Y al hacerlo también daba demasiada importancia a lo que los demás pensaran de mí, y me concedía un bajísimo crédito a mí mismo. Sencillamente no me creía. Me tomaba muy en serio a mí mismo y muy en serio las opiniones que las demás personas tenían sobre mí. No había desarrollado la capacidad de distanciarme de mí identidad y ver la opinión de los demás en términos más objetivos.
Mi hallazgo fue: algunas derrotas me informan qué debo mejorar, otras sin embargo se deben a factores externos que no dependen de mí, y estás no son derrotas, son simplemente circunstancias. Es más las derrotas no significan necesariamente padecer un dolor infinito, significan la capacidad de volver a ponerme de pie y volverlo a hacer observando qué fue lo que falló y, en la medida que dependa de mí, intentar trabajar en ello. Y ojo, no estoy hablando acá solamente de mujeres, sino cuando pierdes una oportunidad laboral o una oportunidad de negocio, o cuando pierdes dinero porque lo invertiste mal.
Soy una persona tremendamente competitiva, he aprendido a darlo todo cuando estoy en algo, y la competencia estimula mi creatividad, doy todo por ganar, me encanta ganar y te mentiría si te dijera que me encanta perder. La verdad pienso que estamos orientados al éxito, y que debo buscarlo con todas las fuerzas. Pero he aprendido a encontrar en el fracaso, en el rechazo una poderosa retroalimentación. Al principio descubrir esto no fue mágico, poco a poco tuve en valor de, en lugar de sentarme a llorar o a morirme de rabia o pensar en lo malo que era, empezar a analizar fríamente lo que pasaba, en que paso me había quedado atrás, qué factor había influido en el resultado, y casi con papel y lápiz empezar a diseñar un plan de mejora.
Lo que hizo que hiciera ese click, creo que ya lo había comentado alguna vez, fue mi afición al mundo de la Fórmula 1, y era ver cómo a los ingenieros les encanta que sus pilotos al inicio de temporada prueben y prueben sus carros para encontrar fallas, y el mejor piloto es el que logra saber por qué falla. Las derrotas son solamente una forma de saber en qué es posible mejorar. Me impresionaba la tranquilidad de los pilotos y la precisión con que en las ruedas de prensa comentaban lo que había fallado. Su marco mental era “es una carrera, hay muchas más y seguro lo haré mejor porque sé que ha fallado”. Ese marco me impactó aún más que el marco de pensar que era un juego.
Significa ello que ya no duele. No. De hecho no, sigue doliendo, lo que pasa es que la derrota o el rechazo en lugar de dejarte “incapacitado” y que te quedes rumiando tu dolor días o meses, hace que te muevas. Y es justamente en el movimiento donde está la clave. Pierdes. Sientes dolor. Te mueves de ahí y buscas otro estado. Lo vuelves a intentar. Créeme que intentar que no duela no es una solución, somos seres humanos cargados de emoción y reprimirlas no hará nada.
Lo más importante es que lo que empezó como algo relacionado con las mujeres, lo pude aplicar a otras esferas, y sentirme mejor. Sobre todo porque eliminé la culpa, la vergüenza, la desaprobación hacía mi mismo, eliminé el revolcarme en mi fango de tristeza y rabia, y adopté una visión parecida a esto a través de las siguiente preguntas poderosas: “Ok, me rechazaron, es un hecho. ¿Qué pasó? ¿Dependió de mí? Si dependió de mí ¿cómo puedo mejorarlo?” Y dar el paso adelante.
Volviendo a las imágenes, cuando pierdes una y otra y otra vez y no lo procesas emocionalmente de forma adecuada, porque la emoción se vuelve herida y la herida trauma, es cuando empiezas a comprender la seducción como “perseguir a una mujer” o la percibes distorsionada, muy distante, muy fría, mala, que te “tiene que aprobar”, que es “más grande que tú”, entre otras. Te invito a que hagas el ejercicio de revisar tus imágenes mentales y construir una en la que visualices el proceso de seducción como caminar del lado de una mujer, o ubicarte frente a frente con ella y poco a poco irte acercando. Revisa que no percibas que ella es más alta, o más grande, o más distante, o que la abordas desde atrás o intentas alcanzarla. Trabaja en este paso y trabaja en las preguntas poderosas luego de recibir un rechazo.
¡Que comience la cacería!
¡Hasta la próxima!
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